Grita a los cuatro vientos: ¡quiero un abrazo!

Aunque no están los tiempos para abrazarse a todo el mundo, sí conviene saber que un abrazo es necesario, pero no solo eso, es además saludable. En tiempos de la covid-19 el asunto se ha complicado. La mayoría de los estudios están precisamente destinados a resolver esta cuestión: ¿cómo nos ha afectado no poder tocarnos ni abrazarnos?

Cuando recibes un abrazo, los corpúsculos de Meissner, ubicados en la piel, reciben la señal del tacto y la envían a la corteza cerebral. También los mecanorreceptores, especialmente numerosos en manos y labios, reciben estímulos como la temperatura o la presión, que luego es codificada en el cerebro y asimilada como una caricia, pellizco, cosquillas, abrazos…

Según la Asociación Americana de Psiquiatría (APA, en sus siglas en inglés), cuando abrazamos a una persona segregamos oxitocina y endorfinas que reducen los niveles de cortisol y adrenalina, (las hormonas del estrés) y nos ayudan a sentirnos más relajados.

Además, liberamos serotonina y dopamina que contribuyen al bienestar y la calma y activamos el sistema límbico encargado de la regulación emocional, contribuyendo así a reforzar los vínculos afectivos como la confianza o el apego.

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Hay dos etapas en la vida en las que «el contacto empático», como es denominado por la neurología, es de vital importancia: cuando se es un bebé y en la senectud. En los recién nacidos, el beneficio de los abrazos se multiplica por mil ya que el contacto piel con piel potencia la sensación de seguridad. Al mismo tiempo, el niño siente que hay un referente adulto que lo acompaña incondicionalmente permite la regulación emocional y la maduración cognitiva. Esto contribuye en procesos fundamentales como la adquisición del lenguaje, la motricidad, el sentido de identidad, autoestima, etc. En el otro extremo, los adultos, la soledad ejerce un efecto muy negativo sobre las personas y es probable que en parte sea por la ausencia de contacto físico. De hecho, uno de los consejos para tener un cerebro sano que suelen dan los especialistas es potenciar las relaciones afectivas y evitar el aislamiento social.

El término “hambre de piel” es empleado por la Universidad de Miami en sus estudios. Cuando alguien es tocado, acariciado o abrazado, los receptores de la piel también se activan. Estos mandan señales al nervio vago del cerebro, responsable de reducir la presión sanguínea, según concluyen sus estudios, por lo que los efectos sobre el funcionamiento del corazón resultan beneficiosos.